INFLUENCIAS FILOSÓFICAS CLÁSICAS

   Para comprender la profundidad de La muerte en Venecia es necesario percibir la cantidad de referentes filosóficos que hay en ella, y que se muestran de manera más o menos explícita. Destaca en particular la influencia de dos pensadores: Platón y Plutarco. Sabemos que Thomas Mann los había leído y su influencia aparece asimilada en la novela. Incluso en algunos momentos se llegan a incluir fragmentos más o menos literales. 

   Como dice Carlos Alberto Ronchi:"Los cuatro primeros capítulos están todos ellos impregnados de un platonismo tan intenso, que ese solo aspecto del relato ha merecido estudios particulares, como el de E. Schmidt (1974). Podría sintetizarse esta gozosa y mítica Venecia-Atenas en la evocación que hace Mann del famoso pasaje platónico en que Sócrates y Fedro conversan sobre el amor en la mañana estival, a la sombra de un plátano y junto a las frescas aguas del Iliso. Mientras que el quinto capítulo nos muestra lo dionisíaco en una Venecia sombría, de aire sofocante y pútrido, manchada por la peste. Aschenbach sabe que ha traicionado la concepción platónica: su amor por Tadzio ya no es uranios, celestial, peldaño hacia la contemplación del sumo bien, sino pándemos, bajo y sensual, pasión por la belleza física en sí, "vía de muerte".

   Una parte podemos relacionarla con el concepto de género. En El banquete de Platón, se explica que en un principio "eran tres los géneros, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había también un tercero que participaba de los dos, cuyo nombre perdura hoy en día, aunque como género haya desaparecido. Era el andrógino". Estos tres géneros, a causa de su soberbia, fueron partidos por la mitad por Zeus. Así, cada parte tendería naturalmente a su mitad originaria: el macho con el macho, la hembra con la hembra, y en el caso del andrógino, el macho con la hembra. 

   La influencia platónica se muestra de manera más explícita en dos evocaciones que Aschenbach tiene después de ver a Tadzio. Son copias casi literales de fragmentos de Fedro, de Platón. En la primera, Sócrates y su discípulo se encuentran en un lugar apartado cerca de las murallas de Atenas y conversan:

"La canción del mar y el resplandor del sol engendraron además en su fantasía una encantadora evocación. Veía el viejo plátano, cercano a los muros de Atenas, aquel lugar sagrado, perfumado con el aroma de los azahares, enjoyado con las imágenes y los riquísimos presentes piadosos en honor de las ninfas y de Apolo. El arroyo corría claro y limpio por un fondo de cantos lisos y a los pies del árbol de raíces prolongadas; sonaban los violines de los grillos. Sobre el césped, que caía en suave pendiente, lo preciso para que al pasar la cabeza se mantuviera algo levantada, estaban echadas dos personas, resguardándose del calor del día. Eran un hombre de edad y un joven; uno feo y el otro hermoso; la sabiduría en contraste con la amabilidad. Y, entre gracias y agudezas que animaban el coloquio, Sócrates adoctrinaba a Fedro sobre el deseo y la virtud. Le hablaba del espanto que experimentaba el hombre sensible cuando sus ojos contemplaban un reflejo de la belleza eterna; de las concupiscencias del profano y el malvado, que no pueden pensar en la belleza al ver su imagen, y que no son capaces de sentir respeto por ella; hablaba del sagrado temor que acomete al alma noble cuando se le aparece un rostro semejante al de los dioses, es decir, un cuerpo perfecto. Le explicaba cómo todo su ser se estremece de aquella alma, se enajena y apenas se atreve a mirar; cómo se siente poseído de veneración ante aquel que ostenta el sello divino de la belleza; aquella alma le haría sacrificios, como a una deidad, si no temiese aparecer como insensata a los ojos de los hombres. «Pues sólo la belleza, Fedro mío, solo ella es amable y adorable al propio tiempo. Ella es, ¡óyelo bien!, la única forma de lo espiritual que recibimos con nuestro cuerpo, y que nuestros sentidos pueden soportar. Pues ¿qué sería de nosotros si se nos apareciese lo divino en otra de sus manifestaciones, si la razón, la virtud y la verdad se nos presentasen en formas, sensibles? ¿No arderíamos y nos disolveríamos en amor como otra época ante Zeus? La belleza es, pues, el camino del hombre sensible al espíritu, sólo el camino, sólo el medio, Fedro…» Después el taimado seductor dijo lo más agudo: el amante era más divino que el amado, porque en aquél alienta el dios, que no en el otro; este pensamiento es quizás el más delicado y el más irónico que se haya producido, y de su fondo brota toda la picardía y la secreta concupiscencia del deseo".

   La segunda visión platónica aparece pocas páginas antes de la muerte del protagonista. Es de Fedro, del momento en el que Platón, a través de Sócrates, lleva a cabo una de las reflexiones más importantes de este diálogo sobre la belleza:

"Porque la belleza, Fedro, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que este es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedro, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedro, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedro; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú."

   El tema de la homesexualidad está en el origen y, según David Pujante, "es el que origina la aparición de los dos pasajes con citas de Platón".

   Algo semejante se expresa en El Erótico, de Plutarco (c.46-c.120 d.C.), por boca de Protógenes, para el que el amor auténtico- una amistad separada del mero placer- solo es posible entre dos personas del mismo sexo. En este sentido, la relación entre Aschenbach y Tadzio también podría ser interpretado como una alternativa al amor burgués y, si el escritor fracasa en su intento, no es porque se haya enamorado de un joven, sino porque es incapaz de mantener esa amor como amistad y acaba cayendo en la búsqueda exacerbada del placer que Protógenes critica.

  Sócrates, propone actitudes sensatas y decorosas: poco a poco los humanos han de saber prescindir de la belleza concreta de cuerpos concretos para atisbar finalmente el tronco eterno de la Belleza-Bien, esencia de todas las bellezas. Aun siendo prisioneros de la materia, los humanos han de ascender más y más hacia la Cumbre. En El Erótico, en cambio, el discurso platónico sobre la belleza “conductora” y la Belleza-Bien que se halla al final de un movimiento ascendente no supone impedimento alguno para hablar de la pasión. Hallamos en él desvaríos incontrolables e incontrolados, muertes trágicas que parecen cumplir un destino prefijado.

   Dice Pau Gilabert: "Para todo platónico coherente la “creación original” es de hecho imposible, puesto que el artista recuerda, copia o sigue un Modelo único, inmutable y eterno. Sí merece la pena advertir, en cambio, que esta ansia por escribir aparece en el texto contrastada con un “Dicen que Eros ama el ocio y que para el ocio ha nacido”, presente –claro está- en El Erótico de Plutarco: “Eros nació ocioso y para ociosos”. dejando atrás las leyes de la adoración ortodoxa de la Belleza, ahondar en los misterios de la sensualidad, de la pasión y de la muerte, hasta dejarse atraer por el abismo que lo salvará de la que sería una nueva y segura muerte –dulce y burguesa esta vez- en la Perfección. 

   Von Aschenbach teme en algunos momentos las críticas feroces que la sociedad le dirigiría si tuviera conocimiento de su episodio veneciano. Y, para hacerles frente, teoriza sobre las exigencias de un arte incomprendido por la burguesía, a la vez que apela al testimonio de la Antigüedad.

   Podemos, pues, considerar que en realidad Aschenbach recorre un camino platónico al revés, partiendo de la belleza de las ideas y regresando a la belleza natural, que emana del deseo carnal. Esto se debe en gran medida a que Mann utiliza las ideas de Platón para crear al Aschenbach que existía antes del comienzo de la acción, pero este platonismo disminuye desde el momento en que, en contra de las ideas de El banquete, el protagonista busca algo más. Lo platónico no le satisface.

“Entonces, empero, prisionero otra vez de la materia y de las sensaciones que el cuerpo recibe -puesto que ha emprendido un viaje platónico invertido-, recupera la pasión y el mundo de los sentidos. Al final de este camino […] hallará Thánatos, la muerte."

   Seguramente hay otras referencias a la filosofía clásica, aunque sean menos perceptibles.